Cuando el general Aramburu decide poner fin a su gobierno provisional y convocar a elecciones generales, el espíritu de la Revolución Libertadora, lejos aún de desvanecerse, comienza a sobrevolar el escenario trágico de la Argentina sin Perón. La clase política nacional, imbuida de un sentimiento republicano y democrático descabezado por la proscripción del peronismo, se lanza febrilmente a la conquista de: los “herederos de la revolución” por un lado, y los “deudos del tirano”, por el otro. En ese devenir proselitista, un político sagaz e inteligente declamará la tan ansiada unión de todos los argentinos; y apostará a la grandeza de la Nación a través de la consecución de su desarrollo económico. Se iniciaría así lo que se dio en llamar el desarrollismo : base de expansión de la industria nacional, con el fin de superar la tradicional vocación agroexportadora e importadora dependiente de un país periférico. Ese político será el Dr. Arturo Frondizi, a quien se lo podrá condenar por haber cometido todos los pecados, menos, el de ser ingenuo. Tal será su pragmatismo, o maquiavelismo -como gustaría de ser calificado por sus opositores- que de su discurso de superficie, elocuente, infrecuente si se quiere, mudará, ya en lo recóndito de la política real, hacia la contundencia de las acciones efectivas...
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