Calor y polvo ambienta en la India la historia de Olivia, una bella mujer que escandaliza a su entorno social en la pequeña y sofocante ciudad de provincias en la que su marido es un servidor del Estado, en el momento en que opta por compartir su vida con un príncipe indio. De modo paralelo, se relata la recuperación de esa historia, cincuenta años después, como una búsqueda de explicación, a cargo de una nieta, que para ello afronta el calor, el polvo y la miseria. El ámbito reconocible detrás de las nubes de polvo que todo lo envuelven y todo lo devoran es, casi paradójicamente, un mar de fondo en el que unos personajes «proustianos» a su manera pretenden desplazarse sin posibilidad de anclaje, sumidos en un desarraigo en el que ninguna identidad es posible. Y ese paisaje sólo puede generar una detención de los tiempos; la historia deja de tener una proyección, casi carece de sentido para unos seres que se encarnan a través de distintas generaciones para sólo reconocerse en detalles que afectan «victorianamente» unas vidas en las que las relaciones con los seres circundantes carecen de consistencia. Lo misterioso de la India -si es que alguna vez existió fuera de las calenturientas mentes occidentales- acaba mostrándose en su plena trivialidad. Tal es la denuncia subyacente de Ruth Prawer Jhabvala

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