Primera Parte - PARTIDA DE LA TIERRACapítulo unoHabía sido uno de esos típicos días irritantes en la oficina. Carmody flirteó al pasar, conla señorita Gibbon, tuvo una respetuosa discrepancia con el señor Waibock y pasó quinceminutos discutiendo con el señor Blackwell las alternativas de un partido de fútbol. Haciael final de la jornada sostuvo una discusión con el señor Seidlitz, acalorada y sin ningúnfundamento, con respecto al agotamiento gradual de los recursos naturales del país y elavance implacable de algunas organizaciones destructivas, como lo eran Con Ed*, elCuerpo de Ingenieros del Ejército, los turistas y los fabricantes de pulpa de papel. Afirmóque, en grado diverso, todos esos factores contribuían a la expoliación del paisaje y a lainevitable desaparición de los últimos vestigios de bellezas naturales.—Bien, Tom — dijo el ulceroso Seidlitz, siempre sardónico—. Parece que has meditadoprofundamente en esto, ¿no es cierto?¡No, no era cierto!La señorita Gibbon, atractiva joven de mentón pequeño, le reprochó:—Pero señor Carmody.,.! No debería decir esas cosas.Después de todo, ¿qué era lo que había dicho y por qué no tenía el derecho a decirlo?Carmody no podía recordarlo, y aunque no tenía motivos para arrepentirse, se sintióvagamente culpable.Su jefe, el regordete y suave señor Wainbock, manifestó:—Tal vez haya algo de cierto en lo que has dicho, Tom. Me encargaré de averiguarlo.Pero Carmody era consciente de la poca sustancia que tenía lo que acababa deafirmar, y no valía la pena averiguarlo.El sarcástico George Blackwell, un hombre alto, capaz de hablar sin mover el labiosuperior, había dicho
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