La poesía de Paul Valéry se vertebra en la certeza de que todo poema es una composición que, partiendo de su idea -cuyo valor precisamente sería distinguirse de las ideas de la prosa- desarrolla sus propios medios según propiedades internas, intrínsecas, que el autor debe ir explorando hasta "engendrar en nosotros un mundo (o un modo de existencia) todo armónico".

Esta concepción de la poesía, que implica recuperar la noción primigenia de un hacer implícito en la escritura -irreductible a un mero decir-, constituye, en Valéry, una práctica: menos interesada en sus resultados que en el correlato entre la elaboración del poema y el acecho espiritual de quien lo escribe.

Práctica tan reticente en despliegues públicos como fecunda en estímulos intelectuales, implica una sostenida meditación del uso de la palabra y los alcances del pensamiento poético. La investigación verbal, a su vez, lleva a revisar la noción de Autor y, por lo tanto, al supuesto de la identidad, del Yo, al que metódicamente pone en cuestión. Ya que, si bien "La idea reivindica su voz", por otra parte "No hay autoridad del autor".

En esta edición de El cementerio marino, poema emblemático en la obra de Valéry, se presentan dos versiones (de Alfonso Gutiérrez Hermosillo y de Javier Sologuren, respectivamente) ya que la comparación puede ofrecer asimismo lo complementario -a sabiendas de que toda gran poesía es, en esencia, lo intraducible. Se incluye además el texto que el propio Paul Valéry añadiera a El cementerio marino, adonde reflexiona, con su estilo incomparable, en torno a una doble fascinación: el poema y el proceso creador.

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