Jack Hartington contemplócon pesar el empinado camino recorrido y de pie junto a la pelota, volvióa mirar el hoyo calculando la distancia. Su rostro era una muestra elocuente del disgusto que sentía. Con un suspiro, extrajo uno de los palos de golf, y tras ensayar con él un par de tiradas que aniquilaron por turno un diente de león y una buena zona de hierba, dirigióse por fin hacia la pelota
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