Por la costa de Massachusetts se rumorean muchas cosasacerca de Enoch Conger. Algunas de ellas sólo se comentanen voz muy baja y con grandes precauciones. Tan extrañosrumores circulan a lo largo de toda la costa, difundidos porlos hombres del mar del puerto de Innsmouth, sus vecinos, yaque él vivía a unas pocas millas más al sur, en el Cabo delHalcón. Ese nombre se debe a que allí, en las épocasmigratorias, se puede ver a los halcones peregrinos, losesmerejones y aun los grandes gerifaltes sobrevolar aquellaestrecha lengua de tierra que se adentra en el mar. Allí vivióEnoch Conger, hasta que no se le vio más, pues nadie puedeafirmar que haya muerto. Era fuerte, de pecho y hombros anchos, y con largos brazosmusculosos. Pese a no ser un hombre viejo, llevaba barba, ycoronaba su cabeza una cabellera muy larga. Sus ojos azulesse hundían en un rostro cuadrado. Cuando llevaba suchubasquero de hombre de mar, con el sombrero haciendojuego, parecía un marino desembarcado de alguna viejagoleta siglos atrás. Era un hombre taciturno. Vivía solo en lacasa de piedra y madera que él mismo había construido,donde podía sentir el viento soplar y escuchar las voces delas gaviotas, de las golondrinas, del aire y del mar, y desdedonde podía admirar el vuelo de las grandes aves migratoriasen sus viajes hacia tierras lejanas. Se decía de él que seentendía con ellas, que hablaba con las gaviotas y lasgolondrinas, con el viento y con el golpeante mar, y aun conotros seres invisibles que, sin embargo, emitían, en unostonos extraños, algo parecido a los mudos sonidos de ciertasgrandes bestias batracias, desconocidas en los pantanos yciénagas de la tierra
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