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Información del Libro 'Heechee 2 - Tras El Incierto Horizonte - Pohl Frederik'

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Heechee 2 - Tras El Incierto Horizonte - Pohl Frederik

Enviado por librosgratisweb el 2012-09-20 00:00:00



No era fácil vivir siendo joven y estando tan absolutamente solo.- Ve a los dorados, Wan, roba tanto como puedas, aprende. No tengas miedo - lehabían dicho los Difuntos.Pero, ¿cómo no iba a tener miedo? Los tontos pero molestos Primitivos utilizaban lospasillos color oro. Se les podía encontrar en ellos por todas partes, sobre todo en losextremos, donde las doradas marañas de símbolos iban y venían sin fin hasta el centro delas cosas. O sea justo allí donde los Difuntos no hacían más que persuadirle para quefuera. Quizás no tenía más remedio que ir, pero no podía evitar tener miedo.Wan ignoraba qué le ocurriría si los Primitivos llegaban a capturarle. Probablemente losupieran los Difuntos, pero no podía deducir nada de sus divagaciones al respecto.Tiempo atrás, cuando Wan era pequeño - cuando aún vivían sus padres, hacía ya tanto -,su padre había sido capturado. Había estado ausente mucho tiempo, y había vuelto a sucasa verde brillante. Temblaba, y el pequeño Wan. que apenas tenía dos años, habíavisto lo atemorizado que estaba su padre, y había llorado y gritado por lo mucho que esole había atemorizado a él.Sin embargo, tenía que ir a los dorados, tanto si los viejos boca de rana estaban allícomo si no, porque era allí precisamente donde estaban los libros. Los Difuntos eranprobablemente lo bastante buenos, pero eran tediosos, susceptibles y a menudoobsesivos. Las mejores fuentes de conocimiento eran los libros, y para dar con ellos Wantenía que ir adonde éstos se encontraban.Los libros estaban en los pasadizos que tenían destellos de oro. Los había también condestellos verdes, rojos y azules, pero allí no había libros. A Wan le disgustaban lospasillos azules porque eran fríos y muertos, pero era justamente allí donde estaban losDifuntos. Los verdes estaban agotados. Wan pasaba casi todo el tiempo donde lasmiríadas de destellos rojizos se extendían por encima de las paredes, y donde las tolvasaún guardaban alimentos: allí tenía la seguridad de no ser molestado, pero tambiénestaba solo. Los dorados se usaban aún, y merecían la pena con todo y ser muypeligrosos. Y ahora se encontraba allí, maldiciéndose a sí mismo quejumbrosamente -pero en voz baja - por estar atrapado. ¡Malditos Difuntos! ¿Por qué había tenido queprestar atención a sus tonterías?Se acurrucó temblando en el exiguo refugio que le ofrecía un arbusto de bayas,mientras dos de los bobos Primitivos, de pie, arrancaban pensativamente bayas del ladocontrario, y se las colocaban con precisión en sus bocazas de rana. Desde luego, no erafrecuente que se mostraran tan desocupados. Entre las razones por las que Wan losdespreciaba estaba el hecho de que los Primitivos estuvieran siempre tan atareados,siempre reparando o acarreando objetos, como posesos. Y sin embargo, ahí estabanesos dos, tan desocupados como el propio Wan

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