“Hablar de Eliade es sinónimo de Buda, Tao, Yoga...”. Con esta premisa comencé a leer el verano pasado “El mito del eterno retorno” para, en primer lugar, corroborar o refutar tal aseveración y, en segundo lugar, adentrarme en el mundo antropológico de la religión por no otros motivos que intereses personales. La lectura de esta segunda obra, a la luz de una bombilla y no ya bajo el sol y sobre la arena de la primera, han abierto una perspectiva más amplia de este autor y de su obra que, no por ello, tiene como denominador común las civilizaciones orientales. Creo que intentaré seguir con Mircea de acompañante de viaje en lo sucesivo, junto con Evans-Pritchard, Frazer, Malinowski...
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