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Información del Libro 'Kalpa Imperial - El Imperio Mas Vasto - Gorodischer Angelica'

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Kalpa Imperial - El Imperio Mas Vasto - Gorodischer Angelica

Enviado por librosgratisweb el 2012-09-20 00:00:00



RETRATO DE LA EMPERATRIZ—Si —dijo el narrador—, yo la conocí a la Gran Emperatriz, y porque la conocí les digoque los que la alaban y la lloran, los que escriben la crónica de su vida y sus hechos, losque cantan su memoria, no llegan a hacerle justicia. Y que es probable que no lleguennunca, porque ella fue mas grande que todos esos versos y esas endechas y esoscapítulos en los libros de historia. No era joven ni hermosa ni letrada; tenia mal genio, eratestaruda, brusca y áspera. Pero yo se que fue lo que la hizo tan grande. Fue la sabiduríaque consiste en ver las cosas de una manera distinta y en aplicar lo que aprendía de unamanera distinta. Y no es que nadie le hubiera dado lecciones jamás: no se educoAbderjhalda en los salones de los palacios ni en los colegios cerrados para jóvenesnobles sino en la calle. Y cuando hablo de la calle hablo de tugurios siniestros, hablo deagujeros promiscuos, viviendas colectivas; hablo de ruinosas casas de negocio convidrieras empanadas y clientes furtivos, cafés a los que ningún hombre sensato hubieraentrado para pedir un vaso de agua, hoteluchos en donde la gente pasaba una nocheapiñada y en cuyos sótanos se podía enterrar a más de uno que amaneciera con Jagarganta cortada accidentalmente. Allí nació, allí creció, allí aprendió: quizá ésa sea lamás conveniente escuela de gobierno. Adviertan ustedes que digo gobierno y no digopoder. Bah, el poder, decía ella y torcía el gesto, solamente el que se olvida del podergobierna bien, decía. Y era cierto. Ella olvidó el poder que tenía, que era muy grande, y elpoder, abandonado, desdeñado, la cortejó y la buscó y se le brindó como una mujer fácil aun hombre bello y rico. Pero ella lo despreció una y otra vez y lo obligó a quedarse a laspuertas del palacio, como un mendigo. Cualquiera podía acercarse a ella, cualquierapodía entrar al palacio y hablarle, que como ella no dependía del poder, no tenía miedo niusaba el protocolo ni las ceremonias. Fue la primera ocupante del trono imperial en siglosy siglos que no tuvo un cuerpo de guardia personal, la primera que salió a la calle sincustodia, sin hombres armados a su alrededor, sin nada, en una silla de manos como unamujer rica, o a pie, como la mujer de un artesano o de un empleado. Así la conocí yo.Yo era entonces un muchacho muy joven, casi un chico, y empezaba a contar cuentosen las plazas y en las esquinas de la ciudad capital. Nadie me conocía, nadie me habíaofrecido siquiera un tinglado en las afueras para que contara ahí lo que tenía que contar.No soñaba con el futuro, no deseaba estar donde estoy ahora, sentado sobrealmohadones que están sobre alfombras que están sobre pisos de mármol, paseando losojos sobre los vitrales y las cortinas y las lámparas de cristal mientras recuerdo lo que voycontando. No saboreaba las reverencias y los murmullos que me acompañan cuandoentro al Pabellón Principal. Contaba cuentos en las calles, eso era todo lo que hacía.Cada día, eso sí, cada día se reunía más gente a mi alrededor; y cuanta más gente habíamejor hablaba yo, más seguro y contento me sentía, más colores, escenarios, hombres,paisajes y batallas tenía para describir. Y al otro día había más gente, y al otro día másaun, y cuando ya la policía protestaba porque no se podía pasar por las calles en las queyo contaba cuentos, tuve que irme a la Plaza de los Reinos del Norte, y al poco tiempo ala Plaza del Mercado. Me faltaban tres años para cumplir los veinte cuando un día sedetuvo un coche al borde de la plaza. No me llamó la atención: ya estaba acostumbrado aque magistrados o militares o grandes señoras o familias enteras llegaran en coches yvinieran a sentarse cerca de mí. Una mujer bajó y yo ni siquiera la miré y seguí hablando.Contaba la historia, la verdadera, no la que se fraguó después, de la maldición deErvolgerd IV, aquel Emperador de la dinastía de los Vlajanis que después de muertoprotegió a sus amigos y se vengó atrozmente de sus enemigos, aquél que volvió loco a suasesino y lo obligó a mutilarse a las puertas del palacio, frente a los ojos espantados detodos los que se habían reunido a oírlo gritar su delirio.

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