-¡Maldita sea mi estampa!-exclamó Shorty Hassfurther-. Es la cosa más extraña que he oído. Hallábanse en la sala de mandos del campo de aviación de Long Island, de Bill Barres, que ya empezaba a ser conocido internacionalmente. Red Gleason levantó los ojos con expresión irónica, aunque tenía un genio muy vivo. Todos querían a Shorty, quien a la sazón leía un periódico de la mañana. -¡Es extrañísimo!-anunció-. Esta es la segunda vez que alguien ha bombardeado una de las capitales de la América del Sur. -¿Y qué hay de entraño en eso?-preguntó perezosamente Cy Hawkins-. Esos americanos del Sur tienen la sangre muy caliente y siempre se hacen la guerra. -Sí, tienen una gran predilección por las actividades explosivas-observó Beverly Bates
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