Resena:
En el buzón de Bill Garrigan había seis cartas, pero una rápida ojeada a los sobres le permitió comprobar
que ninguna de ellas contenía un cheque. Chistes para ilustrar, seguramente. Y nueve posibilidades contra
una que no hubiera ninguno aprovechable.
Se llevó las cartas a la choza de adobes que él llamaba «estudio», sin molestarse en abrirlas. Colgó su
ajado sombrero en la única percha. Se sentó en la única silla, delante de la única mesa, que le servía para
comer y para dibujar.
Había transcurrido mucho tiempo desde que colocara el último chiste y esperaba, contra toda
esperanza, que en aquellas cartas hubiera algo realmente aprovechable. A veces ocurren milagros.
Rasgó el primer sobre. Seis chistes de un tipo de Oregón, con las condiciones habituales: si le gustaba
alguno de ellos, podía ilustrarlo y, en el caso que algún editor lo aceptara, el individuo percibiría un tanto
por ciento. Bill Garrigan leyó el primero:
«Guy y Gal detienen su vehículo delante de un restaurante. En el vehículo hay un cartel que dice:
Herman, el hombre que come fuego.
En el interior del restaurante, la gente come a la luz de las velas.
Guy dice: ¡Oh, muchacho! ¡Éste parece un buen lugar para comer!»
Categoría: Lengua y Literatura, Narrativa
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